Ser competente es “saber hacer en contexto”. Desde este postulado es mucho lo que se especula y son diversas y muy variadas las explicaciones que se dan. Unas son de corte epistemológico, otras de corte pedagógico, otras de corte profesional, cultural, laboral, actitudinal, económicas, políticas o administrativas. Así las cosas, tal parece que esta categoría es una palabra en busca de significado, pues con ella se puede también hablar de competencias deportivas, significado que sólo es posible si se tienen los referentes paradigmáticos en donde se pueda contextualizar.
Lo cierto de todo esto es que se nos dice que si no somos competentes, no sobrevivimos al tercer milenio, puesto que no estaríamos preparados para “saber hacer en contexto”.Y ese contexto no es otro que la nueva realidad que nos aborda con nuevos y muy distintos paradigmas a los que estábamos acostumbrados a utilizar para resolver nuestra vida cotidiana y profesional, paradigmas que han cambiado la manera de vida de las personas y que han generado nuevos conflictos sociales, éticos, estéticos, políticos y morales; científicos, tecnológicos y culturales. De este modo se entiende que cuando hay cambios de paradigma “todo vuelve a cero”, y no importa lo que haya pasado o el cúmulo de experiencia que se tenga, de ello es muy poco o nada lo que cuenta, con paradigmas nuevos se inicia otro proceso, se inicia el cambio y el que no se una a ello morirá, no podrá sobrevivir en este milenio, es así como lo señala Thomas S. Kuhn en su libro “La estructura de las revoluciones científicas” y como lo interpreta Joel Arthur Barker en su libro “Paradigmas, el negocio de descubrir el futuro”.
¿Qué es un paradigma? Para Kuhn “son ejemplos aceptados de la práctica científica actual, ejemplos que combinan ley, teoría, aplicación e instrumentación y proporcionan modelos a partir de los cuales se manifiestan las tradiciones coherentes particulares de la investigación científica… Los hombres cuya investigación se basa en paradigmas compartidos están sujetos a las mismas reglas y patrones en la práctica científica” (p. 10); junto a esta definición está la de Adam Smith escrita en su libro “Los poderes de la mente”: Se entenderá por paradigma un conjunto compartido de suposiciones. El paradigma es la manera como percibimos el mundo: agua para el pez. El paradigma nos explica el mundo y nos ayuda a predecir su comportamiento”. La nota que hace Smith sobre la predicción es de suma importancia, pues es ahí donde está la clave del entendimiento del por qué es indispensable asumir los cambios de paradigma en su dimensión prospectiva y holística, es decir, en lo que tiene que ver con el logro de unas competencias para asumir el futuro y el cambio desde hoy.
Lo que estamos tratando de clarificar es que las competencias tienen que ver con los paradigmas que determinan el derrotero de la historia, de la sociedad y de la cultura, los cuales provienen, en la mayoría de los casos, de las ciencias naturales: física, química o biología o de las disciplinas económicas y administrativas.
Por lo anterior, sea el momento de presentarles mi concepción de paradigma: “ El paradigma es aquel lugar, teórico o práctico, al que debo recurrir para contextualizar mi desempeño, mi hacer y mi pensar, de forma competente, eficaz y eficiente de manera competente, hacia la excelencia, la anticipación, la innovación y la pertinencia, con el propósito de mejorar la calidad de vida sustentable y sostenible”…De donde se desprende que “la competencia es la capacidad de saber ser y hacer en un contexto (desempeño de excelencia) no previsto”.
Si aceptamos como los pilares de la educación los propuestos por la Comisión internacional sobre la educación, de la UNESCO: aprender a conocer (aprender a aprender), aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser, podemos avanzar hacia la búsqueda de los paradigmas que les serían correspondientes en forma dialéctica y en permanente complejidad de superación, encontrando los siguientes: sociedad de conocimiento, pensamiento no lineal, trabajo en equipo y humanismo. Explicar estas relaciones y correspondencias es ser competentes, según el contexto y la estructura mental que se tenga. La explicación que un docente de a estas interacciones, no serán las mismas que de un administrador de empresa o un ingeniero civil, con lo que no se está afirmando que uno de ellos sea más competente que los otros, pues los tres, es casi seguro están percibiendo la realidad desde sus propias competencias en un saber hacer en contexto.
A donde se debe mirar, ahora que es la comunicación el soporte del conocimiento, es a encontrar los paradigmas que dimensionan el mundo de la cultura, la ciencia, la tecnología, la administración, la educación, la política, el tiempo libre, los valores y saber abordar los nuevos conflictos y la obsolescencia de las palabras y la cosas. Es cuando surge la pregunta para el docente ¿qué hacer, pedagógicamente, con los actuales paradigmas, enseñarlos a la manera académica tradicional o hacer de ellos el lugar de referencia en donde encontremos las nuevas competencias que lo serán para toda la vida civil y profesional?
Resulta claro, entonces, que abordar las competencias como un problema académico o lingüístico, es evitar el compromiso con una sociedad que exige aprender para la vida, olvidar que en nada influye en la práctica profesional, cotidiana o civil el tener claro lo que es una capacidad o una competencia o un logro o lo que es un objetivo, cuando de lo que se trata, en últimas es de formar seres capaces de crear todos los días su manera de vivir y de conocer, de superar la incertidumbre y de hacer de toda amenaza una oportunidad de superación, de saber actuar en un contexto imprevisto, desconocido, azaroso, confuso, momentáneo o continuo, saber hacer aquí o en cualquier otro lugar y a cualquier hora. Ahondar en el principio de incertidumbre, en la teoría del caos, en la lógica difusa, en el pensamiento complejo, el pensamiento tecnológico, en la justicia distributiva, en la holística, en la inteligencia artificial, en la globalización… no es un problema de erudición, es un problema de supervivencia. Desde estos lugares es de donde surgen las competencias básicas que el nuevo maestro debe construir, primero en él y luego en sus estudiantes.
Así que, una vez contextualizado este aspecto, podríamos contextualizar las competencias en un PEI, en un proyecto pedagógico de área, en un proyecto pedagógico de aula, logrando así la identidad y la autonomía para ofrecer una manera más moderna de formación para la vida a, en tanto que el maestro es competente para crear ambientes de aprendizaje en donde sea la autoestima el valor que nos haga dignos porque sabemos aprender a conocer el conocimiento, “alcanzar la mayoría de edad”, al lado de quienes son nuestros estudiantes que también tienen una muy distintita versión del mundo.
Hoy día Insisto y seguiré insistiendo en mi reflexión y propósito de trasformación, la educación debe ser una educación para la vida, no para el trabajo; entre otras frente a las competencias, nuestros dones y talentos deben estar al servicio de la comunidad, empezando por la familia, deben ser un propósito que genere equilibrio en todo orden y, la pasión por lo que hacemos debe ser una realización personal y no porque nos tocó, en un desarrollo responsable y sostenible, con responsabilidad con el medio ambiente y nuestros pares e impares, romper paradigmas.
(Charla U.N. 15 de febrero de 2.000, ¿vigente hoy?)
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