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Construcción de memoria: Inmigrantes de Japón 2ª PARTE

By 2 marzo, 2022 No Comments

La experiencia histórica de Colombia sobre migración

Caracteriza al país como nación típicamente receptora.

 En la construcción de escenarios de confianza para la paz, programas de emprendimiento con responsabilidad social, y de esto, el desarrollo de nuestro trabajo de campo a lo largo y ancho de Colombia, en la región del Cauca nos encontramos con una grata experiencia que forma parte de nuestra memoria histórica y de ello parte de la narrativa de esta cultura; la migración de  japoneses al extranjero, que comenzó con la apertura de la isla nación al resto del mundo y su ingreso a la época moderna en 1868. Al convertirse en parte de la red internacional de mano de obra, capital y transporte, repentinamente, los japoneses se hallaron en medio de un veloz cambio socioeconómico, que por lo tanto generó una población rural lista para la migración nacional e internacional.

 EXPANSIÓN TERRITORIAL -VALLE DEL CAUCA-

El ataque a Pearl Harbor significó para Colombia una violación a la lealtad política, los japoneses violaron uno de los códigos de las leyes de los veinte, esa estrecha petición de fidelidad a la moral y a la política colombiana y fueron vistos como extraños e indeseables, por tanto, su condición de minoría étnica vulnerable fue exaltada. El miedo a la autoridad colombiana proliferó entre los japoneses, como se evidencia en algunas anécdotas de antiguos inmigrantes. Ante esto, la reacción de los japoneses, más que todo en el Valle del Cauca, “fue de unión y ayuda mutua. Comenzaron a crear asociaciones en las que se sentían cómodos, seguros y unidos, y recordaron sus propias raíces culturales dignas de orgullo”.

La consecuencia más importante durante el período de postguerra fue el abandono de El Jagual. Las familias de los diferentes grupos de colonos, ya libres de la compañía de emigración, se trasladaron hacia poblaciones urbanas o cercanas de ellas por dos razones, la educación de los hijos y las tierras fértiles. Así comienza la expansión territorial de los inmigrantes por el Valle del Cauca. La reforma agraria de 1936, le daba derecho a la propiedad a aquellos invasores de tierras sin labrar, esta política de redistribución daba una nueva esperanza a los japoneses, en términos de tenencia de tierras. No obstante, las tradiciones japonesas no consideraban importante ni loable la compra de tierras, pues para ellos, después de tres años era mejor cambiar de tierra para evitar que se volviera estéril la ya sembrada.

Los japoneses han logrado innovar eficazmente sus estrategias de inserción en los proyectos de región en términos económicos. Se podría conjeturar, por otro lado, que existe un trasfondo ideológico que remite a la idea de trabajo colectivo, esta continuidad, más allá de su realidad o pragmatismo, legitima la inserción de los japoneses en términos de un sentido de pertenencia a una región. Las representaciones no son hegemónicas, pero, de diferentes maneras.

CORINTO

Mientras Takeshima y sus amigos trabajaban en el ingenio, el gobierno japonés, acosado por la pobreza en que vivía el país, inició varios estudios para enviar a sus ciudadanos a diferentes naciones americanas. En 1926, un informe enviado al Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón por su cónsul de Panamá y el ministro de la legación en Perú concluía un análisis sobre Colombia. Al decir de esa nota, «este era un país prometedor para la inmigración japonesa».

El gobierno japonés investigó detenidamente y ordenó su Compañía de Fomento de Ultramar que eligiera a varios expertos para que viajaran hasta Colombia. Se optó por Yuzo Takeshima, a quien nombró su representante, y al ingeniero agrónomo Tokuhisa Makijima. Con las instrucciones en la mano, los dos funcionarios, acompañados por el cónsul de Panamá, hicieron investigaciones exhaustivas durante seis meses a partir de mayo de 1926. Según dedujeron, el Valle del Cauca era el lugar más adecuado para la inmigración japonesa. Se determinó llevar a cabo la introducción de agricultores como un primer ensayo.

Para promover este proyecto, la Compañía de Fomento de Ultramar se encargó, en 1928, de la selección y compra del terreno; la inscripción y transporte de los inmigrantes, y la administración de la futura colonia. El proyecto consistía en adquirir varias hectáreas de tierras aptas para la agricultura, en donde se radicarían 10 familias de agricultores a las que se les iba a subvencionar el valor del transporte y se les iba a repartir siete hectáreas para que cultivaran arroz.

En abril de 1929, Takeshima abrió una oficina provisional en Buga y empezó a buscar el terreno para los primeros inmigrantes. Tras varios análisis, se compró un lote de 128 hectáreas en El Jagual, municipio de Corinto (Cauca).

Entre tanto, la Compañía de Fomento de Ultramar buscó en Japón a las primeras 10 familias de inmigrantes. Así, el 7 de octubre de ese mismo año partieron desde el puerto de Yokohama hacia Colombia -en el barco Rakuyo Maru- las familias de Isoji Kuratomi, Suejiro Nakamura, Tsuchizo Yoshioka, Masasuke Emura y Jutaro Nikaido. Al llegar, recibieron los lotes, talaron bosquecillos y construyeron sus viviendas. Para febrero de 1930 tuvieron la primera cosecha de arroz.

La admiración hacia estos inmigrantes, que eran vistos como seres de otro mundo entre los colombianos, se tornó muy pronto en una relación fraternal. Un ganadero que se encariñó con aquellos japoneses, Fortunato Ayala, les dijo un día: «Aquí nadie entiende sus nombres. Si quieren, yo les pongo nombres colombianos». Y así lo hizo: Isoji Kuratomi, cuyo nombre significa «cabeza de playa», fue rebautizado como Escipión. Su esposa Hatsuka (en japonés «primera fragancia») fue llamada Irma, y Shinobu, la hija -que significa «paciencia»- quedó como Lola.

ENEMIGOS DEL PAÍS 

Tras el éxito de la primera inmigración, se planearon otros dos proyectos que concluyeron con la traída de otros 150 japoneses, casi todos ellos de la prefectura de Fukuoka. Hasta poco antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial, la colonia japonesa de Corinto contribuyó a la tecnificación de la agricultura en el Valle del Cauca, pero en 1942 fue declarada no grata por el gobierno colombiano.

La realidad era que un acuerdo suscrito con Estados Unidos consideraba a todos los enemigos de este país como enemigos de Colombia. A los funcionarios de la legación japonesa se les dio la orden de salir, mientras que a los habitantes de la colonia de Corinto se les detuvo en sus propios domicilios. Los únicos que podían salir a Cali o fuera del pueblo eran los directivos de la colonia, previo otorgamiento de un salvo conducto. Pero esta medida no afectó el comercio que desarrollaban los japoneses con el resto del país y, según ellos mismos, «sirvió para la consolidación de la unión y la economía familiares».

Después de finalizada la guerra, la colonia de Corinto volvió a la normalidad y siguió consolidándose, hasta los tiempos actuales. De los primeros colonos viven aún 100, pero ya no solo en Corinto sino en Cali y Palmira

JAPONESES VALLUNOS 

Sesenta años después de establecida la colonia de Corinto, los casi dos mil descendientes de los pioneros son tan colombianos como cualquier otro, «pero algo diferentes -dicen- porque somos hijos de una novela de amor». Cuando aprenden a caminar, el rito ineludible es una visita a la hacienda El Paraíso.

Todos los domingos, sin falta, las familias japonesas-colombianas se reúnen en su casa a conversar. Siempre, en una mesa pulcra, están los platos favoritos: una sopa de misoshiru, preparada con soya y arroz, sin aceite ni sal; un exquisito sukiyaki, hecho con carne y verduras, y, tal vez un sancocho bien valluno.

El amor de los descendientes de japoneses por el Valle es, sin duda, parecido al del padre de la inmigración, Yushio Takeshima, quien dejó escrita así la impresión que le causó su visita a la hacienda El Paraíso en 1923: «Sentados en el prado, leímos con mis amigos, palabra por palabra, la historia de ese amor. Y creo que soltamos algunas lágrimas cuando escuchamos en voz alta el final de la novela: Estremecido, partí a galope por en medio de la pampa solitaria, cuyo vasto horizonte ennegrecía la noche”.

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