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Construcción de memoria: Inmigrantes de Japón 3ª PARTE

By 9 marzo, 2022 No Comments

La experiencia histórica de Colombia sobre migración

Caracteriza al país como nación típicamente receptora.

 En la construcción de escenarios de confianza para la paz, programas de emprendimiento con responsabilidad social, y de esto, el desarrollo de nuestro trabajo de campo a lo largo y ancho de Colombia, en la región del Cauca nos encontramos con una grata experiencia que forma parte de nuestra memoria histórica y de ello parte de la narrativa de esta cultura; la migración de  japoneses al extranjero, que comenzó con la apertura de la isla nación al resto del mundo y su ingreso a la época moderna en 1868. Al convertirse en parte de la red internacional de mano de obra, capital y transporte, repentinamente, los japoneses se hallaron en medio de un veloz cambio socioeconómico, que por lo tanto generó una población rural lista para la migración nacional e internacional.

 VIAJE AL VALLE DEL CAUCA DE LOS JAPONESES

“Vinieron a Colombia atraídos por la novela de Jorge Isaacs. 75 años después de la llegada de los primeros 158 inmigrantes, son una colonia de 1200 personas con familias como los Tanaka. Agricultores orientales con corazón colombiano.

La inmigración de japonenses a Colombia es una historia de agricultores, pero también es una leyenda de enamorados provenientes de un Japón arruinado por las guerras civiles de finales de los años veinte, que se dejaron conquistar desde la distancia por los paisajes colombianos descritos en La María, de Jorge Isaacs, traducida por Yuzo Takeshima.

Supieron de la novela gracias a que la revista Nueva Juventud, de la universidad de Tokio, publicada por entregas.

Como si se tratara del mejor de los cultivadores, el profesor sembró entre sus paisanos una semilla de aventura. Sin proponérselo, se convirtió en el gestor de las tres inmigraciones de campesinos japoneses que llegaron al Valle del Cauca entre 1929 y 1935.

Su destino estaba marcado en el país y el sufrimiento de “Efraín” parecía repetirse en el corazón de Takeshima. Mientras vivía su propia historia de amor prohibido con una manizaleña que, hacia parte de la delegación diplomática de Colombia en Tokio, fue encargado por la Compañía de Fomento de Ultramar para buscar tierras cultivables. Dos años después las encontró en Corinto (Cauca).

El porvenir de la colonia japonesa, que el mismo se encargaría de fundar, comenzó a gestar en un terreno de 200 plazas (de 6400 metros cuadrados de cada una) en el corregimiento de El Jagual.  Una gran extensión que se repartió así: 150 para 10 familias y los 50 restantes las compró Takeshima para establecer su propia finca.

Ese hombre recordado por su nobleza, se tuvo que olvidar del amor, cuando a Isabel Sarmiento se la llevaron al convento.  Entonces la agricultura, el refugio de su dolor se convirtió en el inicio de la principal fuerza productiva del sector agrícola de la región del Valle.

En principio logró que 25 campesinos de Kyushu, zarparan de Yokohama, equipados con azadones y arados dejando bien atrás el monte Fuji. Cinco familias viajaron durante 45 días en el buque Racuyo Maru. No fue un viaje fácil. La primera semana nadie pudo escapar del malestar que les producía el vaivén de las olas. Sin embargo, al su paso por Hawái, San Francisco, Lo Ángeles, México y Panamá siempre fueron recibidos por sus compatriotas con fiestas y cargamentos de frutas. Y después de disfrutar de una pomposa despedida a bordo ofrecida por el Capitán del barco el viernes 15 de noviembre de 1929, víspera de su llegada a Buenaventura, se prepararon para descubrir su nueva patria.

El buque ancló fuera de la Bahía y luego de la inspección sanitaria, fueron tocando tierra en canoas que los llevaban en grupos de cuatro.

No se detuvieron mucho tiempo en el puerto y mientras viajaba en tren hacia Cali, en bus hacia Corinto y caminaban hacia la colonia de El Jagual, se preguntaban si ese país en el que vinieron por primera vez de raza negra, los acogería.

En dos días más de viaje por el Valle, su verdor los sorprendió y al mismo tiempo les dio fuerzas para enfrentar los intensos días de trabajo que les esperaba. Se arriesgaron a buscar nuevas posibilidades y ya no había marcha atrás. Lo habían vendido todo y los empleos escaseaban en Japón.

De ellos, de los que abrieron el camino y prepararon la tierra para dos inmigraciones más, ya no queda nadie. Además, son muy pocos los que pueden contar de primero mano la experiencia de 1930 en la segunda inmigración. Pero la tercera, la que llegó cinco años después en el Buque Heiyo MAru, aún viven 17 hombres y mujeres.

Son 75 años de tradición y trabajo en el campo de hoy los que reúnen en otra fiesta, que ya no es de despedida después de un viaje por el océano, sino de remembranzas y agradecimientos.

Ahora recuerdan orgullosos los tiempos en los que el fracasado cultivo de arroz con los que experimentaron los pioneros, se convirtió en manos de los inmigrantes que le siguieron, en el campo sembrado de fríjol, maíz, algodón, café, cacao, plátano y papaya.

No olvidan las enfermedades, sus casas empantanadas en noche lluvia y los escases de comida.

Saben que no fue fácil y tienen muy presente el gran esfuerzo que les significó un trabajo que no les daba tiempo de aprender un nuevo idioma. Pero después de vivir los primeros meses hacinados en una barraca de paredes de esterilla de guadua, trabajando en plazas de tierras alquiladas, el tiempo les fue premiando con la posibilidad de comprar sus propias tierras. Progresaron y el interés de que sus hijos estudiaran más que la primaria con la que ellos legaron del Japón, los dispersó por Palmira y Cali. Cada familia se alejó a buscar su propio destino, y aunque muchos años no compartían la misma finca, viven y trabajan en la misma tierra y los ancianos de su comunidad son el mejor pretexto para celebrar.

En el Hotel Dan Carlton, con copas rebosantes de Sake y 75 años después de la prodigiosa traducción literaria de Takeshima, brindan por ellos, por el país que los recibió y en el que han nacido tres generaciones, con nombres occidentales y apellidos orientarles. Bautizados y convertidos al catolicismo, algunos, por facilidad de trámites legales, otros por convicción. Criados con Suchi y sancocho valluno con karaoke y tiple.

A sus 85 años, Bertha Kaneko Tanaka también levanta sus manos, pero como muchos de los que llegaron con ella del Japón, no habla bien español. Pero no importa porque el brindis es en japonés… dice “Kampai” y a la memoria llegan las imágenes por las que Lilia, Armando, Ofelia, Gladys, Nelly, Mariano y Julio, sus siete hijos colombianos, se sienten tan orgullosos. “Por muchos años en lo único que podían pensar mis padres era en cultivar la tierra. No había plata para darse ningún tipo de lujos -recuerda Lilia, la mayor- Mi mamá nos hacia la ropa con la tela de sus propias faldas”.

Ya ha pasado la fiesta de discursos conmovedores, música y danzas tradicionales. Blanca Mazuda, la presidenta del grupo Fungibu (esposas de los miembros de la asociación Colombo-japonesa) agradece la presencia de 300 familiares de los 1.200 miembros de la colonia y clausura la ceremonia.

Más tarde las cuatro generaciones de los Tanaka, sentados en la sala de la casa construida por los abuelos hace 35 años, hablan de sus tradiciones, y aunque no existen fotos de los días en que llegaron, “porque éramos muy pobres y no teníamos máquina” sus recuerdos les alcanzan. Con un acento marcadamente oriental, la matriarca describe con frases cortas su experiencia. Cuando no encuentra las palabras en español que no tuvo tiempo de aprender, continúa en japonés. Total, los hijos, nietos y bisnietos la entienden. Tenía 15 años cuando desembarcaron en Colombia “nos metieron al monte en Corinto Cauca y yo lloraba todas noches porque tenía que trabajar como un hombre”, recuerda doña Bertha. Pero el amor también llegó. Se casó con Julio Yutaca y los dos inmigrantes de tercer éxodo trabajaron hombro a hombro en tierras arrendadas.

Sólo hasta principios de los años 50, sin necesidad de papeles y con un contrato verbal, compraron su primera tierra Rozo, corregimiento de Palmira. Ya no tendrían que trabajar para otros, era el inicio de futuro de sus hijos.

El cineasta caleño Carlos Palau, llevo en el 2006 a los teatros de todo el país la historia de la colonia japonesa que ya hace parte de cultura vallecaucana.

Reportaje tomado de la revista cromos noviembre 7 de 2005, por Claudia Lucía Gonzales (colaboración de José Diego Henao)

La embajada japonesa a través del tiempo, siempre ha manifestado su gratitud con palabras, pero también con hechos, hacia el municipio de Corinto. Nunca han olvidado que aquí se le acogió a una parte de sus hijos campesinos, en los momentos más difíciles por los que en esos tiempos atravesaba su país.

De ellos, hemos recibido, fuera de sus sentidas palabras, el apoyo de una máquina nueva para el cuerpo de bomberos, una ambulancia para el Hospital Local Harold Eder y la construcción y dotación en muebles y libros de una biblioteca infantil ubicada en el barrio la colombiana a un lado del hospital.

Por lo tanto, en el momento, la gratitud es recíproca. Aquí aún están sus huellas humanas de esa gran aventura del Medio Oriente, al Corregimiento de El Jagual. Municipio de Corinto. Ellos no solo fueron, si no, son ejemplo de amor al campo, a la agricultura y además han enriquecido la atractiva y hermosa historia de este pueblo, acogedor por naturaleza.

Aquí sigue latente, la semilla de ese pais milenario, pues sigue inmerso en nuestra comunidad, don Luis Tateo Tikamikado miembro de aquellas familias inmigrantes, su esposa Mariela Villamil, sus hijos Wilder, Héctor Fabio, y Luis Fernando conforman la familia nacida ya en terruño Corinteño.

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