Resulta impensable un mundo que no esté compuesto por hombres y mujeres. Reflexionar, entonces, sobre las realidades del mundo sin que hagamos un detallado análisis de las condiciones sociales, políticas, económicas y culturales en las que se desenvuelven las vidas de los hombres y las mujeres también es un esfuerzo, cuando menos, inútil. Pensar en torno de las más íntimas realidades familiares, personales, afectivas y emocionales de ellos y ellas es adentrarnos en el mundo de la perspectiva y las relaciones de género.
Durante el siglo XX, y aún antes, algo sucedió en el mundo de las ideas y de los análisis sociales y culturales: las mujeres avanzaron significativamente en su reflexión alrededor de quiénes son, cuáles han sido sus condiciones históricas de vida y cuáles sus necesidades, demandas y expectativas más actuales. Entre tanto, los hombres no contaron con un acumulado histórico de conocimiento y reflexión en torno de sí mismos tan amplio. Y este hecho se destaca negativamente a la hora de proyectar políticas públicas de equidad, empleo, familia y, particularmente, de atención y prevención de enfermedades y violencias en nuestra sociedad.
Así, pues, reflexionar en torno de los varones y sus circunstancias de vida, de la mano con las de las mujeres, es indispensable para el mundo contemporáneo.
El tema de las identidades masculinas o masculinidades viene ocupando un lugar cada vez más relevante dentro de los estudios de género y se ha convertido en un aspecto progresivamente más visible a la hora de realizar análisis y propuestas de carácter social y político, particularmente en las naciones occidentales. Concretamente, los Estudios de Masculinidad o “Men´s studies”, como se le dio en llamar inicialmente en los países anglosajones y nórdicos donde surgieron estos estudios, han tenido en América Latina un impacto considerable a partir de la década de los 80. En Colombia, ha sido a partir de los años 90 cuando los Estudios de Masculinidad encontraron un desarrollo más sistemático, aunque se encuentran algunos antecedentes una o dos décadas anteriores.
Las reflexiones y persistentes observaciones con enfoque de género dicen de la existencia de diversas formas históricamente construidas de hacerse hombre las cuales pueden variar de un grupo a otro, de una sociedad a otra, de una persona a otra y en el transcurso de la vida misma de un varón. No significa lo mismo ser un varón del siglo XVIII en Europa que uno colombiano del siglo XXI. No significa lo mismo ser un varón de estrato socioeconómico 6 que serlo de los sectores populares. No es lo mismo ser un hombre de una región cultural que de otra, ser adolescente que adulto mayor o desempeñarse como obrero que hacer parte de un grupo armado. Es decir, las circunstancias socioeconómicas, la pertenencia regional – cultural, el ciclo vital por el que atraviese, el oficio, la identidad sexual, las creencias de fe, entre otros aspectos, influyen directamente en la manera como los varones estructuran y orientan su hombría. Conocer, pues, a los hombres, significa conocer sus muy diversas formas culturales y subjetivas de construir su identidad y las condiciones sociales en las que establecen sus relaciones.
Ahora bien, la construcción de la masculinidad ha pasado a ser un asunto socialmente cada vez más importante, pues se ha comenzado a evidenciar la estrecha relación que guardan las identidades de género con el devenir social. Los programas públicos han empezado a tomar en cuenta que las maneras como se estructura la identidad de los varones incide directamente sobre diversas dilemas y problemáticas sociales tales como la violencia intrafamiliar, los conflictos armados, la drogadicción y otros comportamientos adictivos como el alcoholismo, la adicción al trabajo, al estrés, al sexo y la pornografía, al maltrato, etc., la accidentalidad en el tránsito y en el ámbito laboral, la violencia callejera o cotidiana, las múltiples formas de abuso sexual, el suicidio, etc.
Frente a este difícil panorama lo menos que puede surgir en la mente de los hacedores de políticas, gestores de paz, ciudadanos y ciudadanas del mundo son preguntas como: ¿qué es ser hombre?, ¿qué significa ser hombre en una sociedad que, como la nuestra, atraviesa por situaciones de evidente inequidad, confrontación e intolerancia?
La cuestión, planteada de esta forma, representa simultáneamente interrogación y desestabilización e implica un grado de exposición personal que puede llegar a colocar en riesgo la comodidad de creer que se es hombre porque sí o simplemente porque siempre lo he sido. Tales inquietudes conllevan reconocer que la masculinidad, como cualquier otra construcción sociocultural, no es absolutamente clara ni inmóvil, sino compleja, diversa y contingente. Desde una perspectiva de género, la masculinidad viene a constituir un importante aspecto de la socialización -de los hombres y de las mujeres-, educable y transformable por parte de los hombres a condición de que su propia reflexividad y los estímulos sociales del entorno permitan conducirlos y apoyarlos de forma constante en dicho empeño.
Órbitas como el ejercicio paterno, el mundo laboral, el amor y los afectos, las diversas emociones y sensibilidades, la práctica de la responsabilidad, la capacidad de comunicación, el cuidado de otros, en fin, hacen parte del sinnúmero de aspectos vitales íntimos de los varones. Pero ¿hasta dónde conocemos tales dimensiones y hasta dónde podemos reconstruir identidades masculinas azotadas por las violencias?
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