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Las masculinidades frente al posconflicto 2da Parte

By 27 abril, 2022 No Comments

Los hombres y los conflictos

La participación masculina en las guerras, conflictos armados de todo tipo y violencia interpersonal e intrafamiliar es harto conocida. Más no tanto los significados que los varones construyen en medio de su ejercicio violento y los sentidos personales que adopta su participación en ellos. En otras palabras, poco conocemos acerca de la construcción de subjetividad masculina en los conflictos y menos aún las posibles formas de superación.

En los conflictos armados por lo general las mujeres han ocupado el lugar de las víctimas y los hombres el de los victimarios. Sin más, esta afirmación no deja de esconder aspectos fundamentales en la forma como nuestra sociedad y cultura han construido el género y las relaciones de poder entre hombres y mujeres a lo largo de su historia. Las maneras como la cultura permiten y legitima la actuación violenta de los hombres contra las mujeres, los niños y niñas, los y las adultas mayores, otros hombres y contra sí mismos es un claro y preocupante indicador de cualquier sociedad que se quiera civilizada, pensante, crítica y proactiva.

De hecho, las confrontaciones armadas, tanto en sus inspiraciones, hechos y consecuencias, guardan una lógica muy semejante a la que sostiene la actuación violenta de los varones. Pero no es acertado referirse exclusivamente a la violencia armada, sino que hay que mencionar también la violencia sexual, entre otras -que a partir de 1993 es considerada como un crimen contra la humanidad- La sexual es una de las violencias que mejor permite observar el triste protagonismo de los varones en los conflictos interpersonales e intergrupales. Es doloroso tener que reconocer que se tuvieron que visibilizar miles y miles de mujeres víctimas de abuso sexual en todas las naciones del mundo, durante los conflictos armados y luego de ellos, para que la humanidad acordara decretarlo como un crimen contra la propia humanidad. Y acaso, más preocupante aún, saber que millones de varones aún consideran que el ejercicio violento contra las mujeres es algo más o menos normal y puede ser lo que se espera de un “hombre de verdad”.

Ya sea en condiciones estables (violencia sexual al interior de la familia, de la pareja, del ámbito laboral, entre otros espacios) o en situaciones de conflicto armado el tema de la masculinidad (machismo) y su participación en la superación de las violencias contra la mujer y contra otras generaciones no es menos que estratégico para el trabajo alrededor del posconflicto.

Aspectos específicos que terminan de agravar el ya complejo panorama que deja el conflicto armado  tales como la transmisión de Infecciones de Transmisión Sexual (ITS) por parte de los hombres, ya de manera deliberada o por ignorancia absoluta de los combatientes a las mujeres víctimas de su presencia y de su actuación, el abuso y violencia sexual contra poblaciones civiles, la violencia intrafamiliar que ejercen miles de varones, no solamente combatientes (más de 100.000 casos que oficialmente se reportan cada año en Colombia), la falta de una noción y una cultura del cuidado y del autocuidado en los hombres colombianos, y podríamos decir, latinoamericanos, etc., son aspectos urgentes de abordar desde la reflexión académica, desde los programas y propuestas políticas y desde toda acción sociocultural que tienda  a la creación de escenarios de paz, reconciliación, perdón y verdad.

Llegar, entonces, a analizar problemáticas como el incremento de embarazos no deseados, embarazo adolescente, mortalidad materna, mortalidad masculina por violencia, enfermedades masculinas crónicas por descuido o por exceso de seguridad en sí mismo, disolución familiar, madre-soltera, ausentismo laboral, suicidio masculino y juvenil, sobrepoblación masculina carcelaria, entre otros,  implica reconocer que la formación profesional, con perspectiva de género, en tales aspectos es necesaria, pertinente, deseable y  plenamente legítima.

Según cifras, 75.000 personas dejaron las armas en Colombia en los últimos 20 años. 75.731 integrantes, de los cuales 16.160 mujeres, de grupos irregulares se reincorporaron a la sociedad entre los años 2001 y 2020, que pertenecían a grupos armados ilegales en Colombia. A no dudarlo, este importante grupo humano será mucho mayor en los siguientes meses y años. Pero vale preguntarse, más temprano que tarde, ¿hasta qué punto está preparada nuestra sociedad para su recepción y el acompañamiento a todo el proceso, real y efectivo, de reintegración? ¿Hasta qué punto la sociedad colombiana se prepara para recibir a todo hombre que se desarme, desmovilice y abandone las armas del poder, la fuerza, la palabra hiriente y la dominación? ¿Estamos dispuestos a deconstruir la masculinidad convencional y construir colectivamente nuevas formas de ser hombre para una nación sedienta de paz?

Responder a estas preguntas con gestos y hechos de reconciliación representa el tamaño del desafío que hombres y mujeres podemos asumir si es que queremos concretar la sentencia constitucional que nos dice que la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento (art. 22 de la C.P.C.)

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